domingo, 13 de marzo de 2011

Sonetos votivos


Sean dadas las gracias al sofoco,
al estertor, al hipo, a la ronquera,
a los ojos en blanco, a la bizquera,
a la turbia visión fuera de foco.

Con lealtad agradecida evoco
esa carne que vi, por vez primera,
retorcerse en su gloria, diosa y fiera,
y húmeda de sudor y baba y moco.

Aprendí para siempre, esa hora ardiente,
qué a gusto se revuelca el alma altiva
entre la piel, los pelos. la saliva,

y abolida y violenta y dependiente,
gime de gozo de acallar su empeño
y no ser reina, célibe y sin dueño.

---ooOoo---

¿Qué sabes tú, qué sabes tú, apartada
injustamente en tu cruel pureza,
tú sin vicio, sin culpa, sin bajeza,
y sólo yo lascivo y sin coartada?

Rompe ya esa inocencia enmascarada,
no dejes que en mí sólo el mal escueza,
que responda a la vez de mi flaqueza
y de que tú seas hembra y encarnada;

que tengas tetas para ser mordidas,
lengua que dar y nalgas para asidas
y un sexo que violar entre las piernas.

No hay más minas del Bien que las cavernas
del Mal profundas, y comprende, amada,
que o te acuestas conmigo o no eres nada.

---ooOoo---

Te adivino oscurisima en la hondura
que al cabo de tu vientre se escabulle.
Entre tus muslos mi fervor intuye
la noche en vela de la selva oscura,

la salvaje quietud de su espesura,
su pantano que todo se lo engulle,
su sombra alzada para que farfulle
mi dicha en el pavor y la locura.

Pues invenciblemente me obsesiona
la incultivable y tenebrosa zona
que apartando tus piernas miraría

en su acre lujo, en su mudez ardiente,
donde sé que eres negra abismalmente,
ciega verdad donde abismar la mía.
(Tomás Segovia)


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